Diosmel Rodríguez
Houston, TX Febrero 28, 2009
rdiosmel@gmail.com
La publicación de tres artículos por diferentes autores, sobre una importante arista de la problemática cubana, pone de relieve que hay una verdadera y genuina preocupación por encontrar el meollo del comportamiento social y político de la sociedad cubana en la Isla.
El primero en traer el tema a colación fue el periodista Pablo Alfonso, en su artículo “Ironías y paradojas” publicado en el Diario de Las Américas el 7 de febrero del 2009, donde dice:
“Usted puede escuchar de protestas públicas en Pekín o Moscú, pero no en La Habana. Esa realidad quiere decir dos cosas. Uno: Los cubanos en la isla todavía le otorgan cierta confianza política al régimen. Dos: Los cubanos no protestan porque se han vuelto incapaces de reclamar a cara descubierta sus derechos. Cuba es un convento político. La dictadura descansa. Por supuesto que no faltan opositores, pero sin duda, no hay una Oposición articulada con un poder de convocatoria, que supere al miedo, al acoso y a la represión policial. Eso es lo que demuestra la realidad”.
El día 25 de febrero, Ivette Leyva Martínez, bajo el titulo “El muro de la disidencia” publicó un artículo en el Nuevo Herald, donde señala: “La oposición cubana viene dando síntomas de un anquilosamiento similar al del régimen. Ha fracasado en su principal misión: convertirse en un movimiento popular”.
En la Habana, Cuba, la periodista independiente, Laritza Diversent, el 26 de febrero en su articulo “NO ES COBARDÍA, ES IGNORANCIA POLÍTICA”, trata de reinterpretar lo argumentado por Pablo Alfonso y dice: “Antes de afirmar que los cubanos son incapaces de reclamar, en otras palabras cobardes, hay que preguntar ¿Qué entienden los cubanos por derechos humanos? En Cuba no hay cobardía ni desinterés por la política. Lamentablemente hay un desconocimiento jurídico que impide que el pueblo emprenda acciones concretas para una transición democrática”.
Sin embargo, ninguna de las conjeturas llega a una conclusión muy clara.
Todas tienen algo de verdad, pero necesitan ser llevadas a una realidad más pragmática, donde se pueda definir los antecedentes históricos del sistema imperante en Cuba, los mecanismos de control social del régimen, incluyendo la represión desmedida, la anulación de la vida y activismo político y la fallida estrategia de la oposición, que no ha sabido readaptarse a cada nueva circunstancia histórica.
Cuando Pablo Alfonso habla de la incapacidad de los cubanos de reclamar públicamente sus derechos, interpreto que se refiere a la indefensión adquirida, ese síndrome que como inercia lleva el ser humano por dentro y que solo se vence mediante los mecanismos de compulsión social.
Es cierto que no hay una oposición articulada con poder de convocatoria y capacidad movilizativa, eso es una realidad evidente. Las causas que lo motivan deben ser parte de un minucioso análisis, pero lo cierto que no existe una vinculación de la oposición con la comunidad a partir y en representación de sus intereses.
Los líderes de la oposición en Cuba, no son los típicos luchadores sociales, que se arriesgan a partir de su liderazgo y se convierten en hombres de pueblos. Las justificaciones pueden ser muchas, pero el resultado es el mismo, no existen esos luchadores. Nuestros líderes de la oposición, cuando confrontan al gobierno, no lo hacen defendiendo un hecho de impacto social, o que así al menos lo interprete la población, razón por la que hemos visto a la muchedumbre gritar; ¡Abajo los Derechos Humanos!
Lo señalado anteriormente también es válido para lo que plantea Ivette Leyva Martínez, cuando refiere que la oposición ha fracasado en su misión de convertirse en un movimiento popular. No obstante, cuando se señala el anquilosamiento de la oposición, debe tenerse en cuenta que hay un liderazgo histórico que ha envejecido, pero no ha encontrado un acertado relevo generacional, producto del éxodo masivo de la oposición.
En este punto es muy importante señalar, que aunque la nomenclatura envejece, los cuadros intermedios y de base, así como los agentes represores se renuevan constantemente. Además seguidores y partidarios del régimen siguen ahí ocupando el teatro de operaciones, no emigran, mientras los que disienten en vez de convertirse en una fuerza cada día mayor, abandonan el país.
En política, los planteamientos macros, entran dentro de la retórica. El planeamiento de que el pueblo no reclama sus derechos por desconocimiento jurídico es desconocer la psicología de masas. Mas en un país, que la ley no forma parte de un estado derecho, ni su aplicación siquiera corresponde un acto jurídicamente probado o en consecuencia de los hechos cometidos, enmarcados y tipificados en un Código penal. El fusilamiento de los tres jóvenes, relacionados con el secuestro de la lancha de Regla, bajo la prerrogativa de una medida ejemplarizante, demuestra fehacientemente, que hasta la pena de muerte puede ser a discreción de la cúpula gobernante.
Si partimos que las masas son amorfas e inorgánicas por naturaleza, no podemos asegurar que con conocimiento jurídico el pueblo emprenda acciones concretas para una transición democrática. Las masas por sí solas no emprenden acciones, si no hay un liderazgo que tome la iniciativa, principalmente en nuestras sociedades de una arraigada cultura caudillista.
Los líderes son los encargados de identificar esos derechos jurídicos, apoyarse en ellos y convocar al pueblo para salir a defenderlos. Y no solo los derechos jurídicos establecidos dentro de un marco legal, sino aquellos derechos elementales de la vida, como la vida misma.
En Cuba no ha surgido un movimiento civilista en contra de la pena de muerte, algo muy importante, porque podría entrar en consonancia con los llamados movimientos progresistas y eliminaría la herramienta suprema de la represión y principal causa del miedo psicológico colectivo, dejando la prisión como la mayor medida de terror, algo que podría saturarse, como una estrategia de lucha.
El trabajo inteligente de una oposición es buscar todas aquellas causas que conducen al inmovilismo social, revertir sus efectos y a partir de ahí establecer sus estrategias. El líder, rebautizado por el régimen cubano como cabecilla, constituye su principal objetivo estratégico. El tratamiento para con él es descalificarlo y luego someterlo a un castigo excesivo ejemplarizante, pero nunca hacerlo mártir por una causa noble.
Esto indica que el liderazgo político, en el estricto sentido de la palabra es peligroso, arriesgado y de bajo impacto social. La estrategia debe ser a partir de un liderazgo colectivo tomando como base las demandas sociales, en un momento que las condiciones están dadas, a juzgar por la cantidad de fotos de grupos contestatarios que llegan de Cuba.
En otros trabajos se han esbozado muchas ideas y estrategias que deben ponerse en práctica para lograr verdaderos cambios en Cuba y el papel que deben jugar los diferentes actores en este complicado escenario político. En un próximo trabajo estaremos exponiendo las causas objetivas y subjetivas responsables de esa inercia política y social en que se encuentra la población cubana
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