miércoles, 9 de julio de 2008

Quién se lleva el gato al agua

Diosmel Rodríguez
Miami - Julio 7, 8 y 9 2008

Con la liberación de Ingrid Betancourt se produce una gran disyuntiva. Una persona de formación ideológica de corte izquierdista, con carisma y pretensiones presidenciales cual será su definición, si viene de una experiencia traumática de un secuestro fraticida. En un primer momento pareciera no venir afectada por un síndrome de Estocolmo real, pero que si podría devenirse en una sindromista practicante por oscuros intereses. Atribuir el comportamiento de Ingrid a un trastorno psicológico y no ideológico, sería un grave error.

Su posición y declaraciones al momento de ser liberada y luego un cambio de actitud tan repentino, abandonando precipitadamente Colombia, así como sus posteriores declaraciones un tanto contradictorias ponen en alerta, sobre sus posibles próximas posiciones políticas y estratégicas. Las fuerzas del mal no pueden permitir que sus adversarios ideológicos se conviertan en los salvadores de Ingrid Betancourt, mientras que sus históricos aliados naturales, no lograron conseguir una liberación negociada, que la comprometiera por deuda de gratitud, a entrar en su juego politico.

Las dos principales fuerzas ideológicas tratan de capitalizar con la figura de Ingrid Betancourt, saben que es importante y casi decisiva en una nueva configuración geopolítica de Colombia y porque no, de América Latina. Todos despliegan sus mejores estrategias. La línea partidista de Uribe trata de nombrarla en un puesto de gobierno, para así, junto al agradecimiento por el éxito rescate, mantenerla dentro del oficialismo. Otros, y parece que con mayor éxito, tratan de exacerbar los intereses naturales de la Betancourt y la persuaden de viajar a Francia, para desvincularla de los agasajos del rescate, que den imagen y espaldarazo al gobierno de Alvaro Uribe. En Francia puede reencontrarse con su izquierda tradicional y conseguir el tiempo necesario para reconstruir o diseñar su nueva imagen y estrategia política. Lo importante de todo esto será ver al final, quién se lleva el gato al agua.

La izquierda colombiana, aupada por la izquierda latinoamericana e internacional tiene un gran trabajo por delante. El primer paso es reincorporar a Ingrid Betancourt dentro de su esquema estratégico, luego sacarla de la versión oficial del rescate, creando diferentes hipótesis y versiones de los hechos para sembrar la duda y restarle protagonismo al Gobierno colombiano como institución del Estado. Todo esto necesita de un lenguaje precondicionado y el soporte de los medios de comunicación.

El escenario político al momento de las próximas elecciones presidenciales colombianas sería decisivo. Si el actual esquema geopolítico latinoamericano se mantiene con el régimen cubano actual, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega y una izquierda moderada como fuerza política mayoritaria en la región, seria muy fácil preparar ese escenario que Ingrid necesita para llegar a la presidencia. El tiempo faltante puede ser el necesario para que una guerrilla en extinción negocie una desmovilización y su disposición de involucrarse en una contienda política. Una condición clave es llevar un candidato con grandes posibilidades de triunfo, que asegure que los guerrilleros sean tratados con indulgencia y que los militares y agentes de las fuerzas públicas comiencen a ser enjuiciados por violación a los derechos humanos, para así saciar esa izquierda siempre sedienta de “justicia”.

La gran popularidad de Uribe y el uribismo, podría facilitar esta ecuación. Ingrid no parece aceptar ir en una formula con el actual Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, pues sus aspiraciones son presidenciales, entonces bien la izquierda podría aprovechar su aspiración personal y lograr un tsunami populista. El distanciamiento de Ingrid del gobierno, su descalificación al presidente Uribe por sus términos con respecto a la guerrilla y su insistencia en buscar por su cuenta, con el apoyo de los gobiernos de Europa, la liberación del resto de los secuestrados, ponen en evidencia su intención. La inteligencia popular colombiana tiene un gran reto. Los pueblos en su concepto de nación tienen la responsabilidad de velar por una justicia practicante. Los ciudadanos son hijos de una gran familia, la nación. No hay razón moral para que de la ley se haga una herramienta ideológica, bajo aquella premisa de que la razón es la voluntad de la clase dominante hecha ley, para castigar a quien se les antoje o convenga.

Esta máxima, que ha sido muy bien utilizada por los regimenes totalitarios, hoy es un estrategia en evolución de una corriente ideológica, que busca a partir de la ley pasarle la cuenta a sus adversarios políticos. No importa que en el pasado, en su propósito por llegar al poder, hayan transgredido la ley y de sus excesos se hayan ocasionados víctimas civiles y de las fuerzas públicas en su afán de mantener el orden institucional.

Los excesos de la guerrilla trataran de hacerlos pasar como una necesidad de las clases más desposeídas, una reacción lógica ante los abusos, los abanderados de la justicia social. Con esa concepción del Estado y sus instituciones que tiene Ingrid como formación familiar y social, le será muy difícil respetar las reglas de la gratitud. Recuerden los ataques constantes al Gobierno colombiano de su señora madre Yolanda Pulecio, durante todo el tiempo que Ingrid se mantuvo secuestrada. Secuestros que en un juego semántico, siempre se les llamó, hasta por su propia familia, retenidos por las FARC, el Ejército del Pueblo.

La negativa de Ingrid a participar en la marcha del día 20 julio contra las FARC puede tener varias interpretaciones, la principal sería no agraviar a la cúpula de la guerrilla, por eso evita narrar los horrores que vivió durante su cautiverio. Las FARC podría aceptarla como Mediadora de Paz, pero no designada por el Gobierno colombiano, sino por mediación de gobiernos e instituciones internacionales y que como ya acotamos anteriormente, sería el camino a la presidencia, que con un fuerte respaldo popular le permitiría impulsar el perdón judicial de los guerrilleros y llevarlos a los procesos políticos, que les garanticen su ascenso al poder.