Diosmel Rodríguez
Miami - 9 de octubre, 2008
José Martí dijo: “…los que aman y construyen y los que odian y destruyen”.
En las próximas elecciones de los Estados Unidos, del 4 de noviembre del 2008, lo que está en juego, no es quien asumirá la administración de la nación norteamericana, en la concepción histórica de este gran país: demócratas y republicanos. Ambos partidos como instituciones, representan los fundamentos de la democracia estadounidense. Eso ha sido así desde siempre y ha prevalecido como prioridad del votante, discernir entre los candidatos de cada partido, que a su entender, mejor servicio prestará a la nación.
Las elecciones de este 4 de noviembre, más que elecciones, será un referendo que permitirá medir hasta que medida, la sociedad norteamericana conserva sus principios y valores como nación. Entonces, lo que está en juego no son las elecciones, sino la nación en sí.
Si las elecciones fueran ganadas por Barack Hussein Obama será una prueba fehaciente de que la corriente ideológica que, por años ha trabajado para subvertir el orden institucional de los Estados Unidos, ya ha alcanzado la capacidad para hacerlo. Lo contrario, demostraría que los valores de la nación norteamericana, como la familia, su religiosidad (95 % de los americanos creen en Dios), su cultura, sus conceptos sobre la propiedad y su confianza en su modelo de producción y de creación de riquezas, aún perduran.
El voto inteligente, que parte de la libertad que tiene el ciudadano norteamericano de ejercer su derecho de votar o no, su voluntad y la capacidad de decidir mediante elecciones los intereses de la mayoría, son parte ya de la cultura norteamericana. Por tanto, aquí puede estar esa fuerza oculta que decidiría la balanza frente al populismo demócrata, exacerbado por los medios y financiado por los principales exponentes de la izquierda mundial.
El poder militar y económico alcanzado por los Estados Unidos en el siglo pasado y principios de éste, ha dejado claro, que no hay fuerza externa que a corto o mediano plazo sea capaz de cambiar sus estructuras políticas y económicas, sin producir una debacle mundial.
Con el fin de la Segunda Guerra mundial, culmina la confrontación directa entre las grandes potencias, aunque se hayan mantenido confrontaciones bélicas aisladas, utilizando territorios de terceros, pero lo más relevante de esa etapa que culmina y de la otra que comienza, es el surgimiento de la guerra fría.
La guerra fría es producto de un riguroso estudio sociológico y científicamente probado, que permitió elegir los puntos de impacto y más sensibles de la sociedad norteamericana: las Universidades, haciendo hincapié en ciertas carreras, donde las características de los jóvenes por su propia naturaleza, los hacía más vulnerables a la penetración ideológica, y los medios de comunicación masiva, partiendo de la teoría de que cuando los pueblos no pueden ser sometidos por la fuerza, deben ser sometidos por la propaganda, la que no solo logra la sumisión, sino que uniforma la opinión de todos los ciudadanos.
Un artículo de James W. Ceaser hacía notar: “Lo primero que salta a la vista de las declaraciones de la filóloga Mary Beard, el dramaturgo Harold Pinter y de los islamo-fascistas Mohamed Omar y Hussein Massawi es que fácilmente pudieran decuplicarse. Pueden encontrarse circulando declaraciones similares en casi cualquier universidad americana o europea; en toda la prensa americana, europea o árabe, en mezquitas y madrazas y, en realidad, en casi cualquier parte donde converjan las elites intelectuales y los terroristas islámicos. El antiamericanismo – tanto en su forma criminal como en la fatuamente sofisticada – es una industria en expansión”.
La experiencia acumulada por la izquierda internacional, recogida como una metodología en el libro “1984” de Eric Arthur Blair (George Orwell) le permitió asimilar el desplome del sistema socialista en la Unión Soviética y Europa del Este y poner en práctica una de sus viejas artimañas, convertir el revés en victoria. Eso demuestra, como una ideología desgastada y fracasada ha podido reciclarse y volver con nuevos bríos, diseminándose como una epidemia en toda América Latina.
El llamado socialismo del Siglo XXI es parte de este reciclaje. Las revoluciones, como mecanismo para acceder al poder, han sido sustituidas por las elecciones. Este método ha demostrado que mediante un proceso electoral bien manipulado se puede obtener el poder y desde dentro, con las mismas herramientas de la democracia, cambiar las instituciones y desmontar el sistema democrático por una democracia hecha a su medida. En esta etapa del juego como en el ajedrez es donde se necesita un rey que se preste y sirva para este rejuego político.
Los casos más representativos de como muta una democracia de origen hacia una dictadura en ejercicios pueden ver en los gobiernos de Hugo Chávez, en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua, que partiendo de aquello, “de que la razón es la voluntad de la clase gobernante hecha ley”, comienzan por modificar la ley primera de sus países, la Constitución. Esperemos que estos pueblos, si la enfermedad del comunismo no los mata, al menos queden vacunados.
En el caso que nos ocupa, no es que Barack Hussein Obama vaya a desmontar las instituciones norteamericanas en una primera etapa, pero una política del avestruz facilitaría la consolidación y avance de esas fuerzas que por años vienen buscando la destrucción de la sociedad norteamericana en su versión actual. Recuerden que el desmonte de las redes de inteligencia implementada por James Carter y el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas Americanas propiciado por Bill Clinton trajeron como consecuencia el mayor ataque terrorista de la historia de este país, el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York.
El anuncio de Barack Hussein Obama de que eventualmente se reuniría sin previa condiciones y tener en cuenta la aprobación expedita de representantes del eje del mal, enemigos irreconciliables de los Estados Unidos, despierta cierta suspicacia, si conocemos que la efectividad de las corrientes anti americanistas es que convergen, sin necesidad de ponerse de acuerdo, en un interés común, destruir a los Estados Unidos.
Una administración obamista consolidaría el antiamericanismo de América Latina, fortalecería los grupos de destrucción interna y alentaría la inmigración, como mecanismo de transformación de la composición étnica norteamericana, con la intención de sustituir sus bases como nación, procreando una población sin espíritu nacionalista. Obama es resultado de esa estrategia, que entiende que a través de cambios demográficos lentos, se puede transformar y cambiar la correlación de fuerzas internas y llegar a conquistar el poder absoluto de una nueva nación.
Por eso, la emigración hacia los Estados Unidos, incluyendo la ilegal, es una cuestión estratégica, como también lo es hacia Francia e Inglaterra, donde una generación descendiente de inmigrantes está ocupando niveles de importancia, tanto en la vida económica como política de esos países.
La alternancia del poder siempre es saludable, por eso una presidencia de los Clinton, representada por Hilary hubiese sido una decisión políticamente correcta, ya que ella en sí, cultural y emocionalmente es norteamericana. Razón suficiente por lo que no se llevó en la terna como vicepresidente de la formula demócrata, algo que hubiese puesto en crisis la estrategia izquirdizante radical, puesta en las manos del candidato Barack Obama.
La designación de Sara Palin, como candidata a la vice presidencia republicana, circunstancialmente fue correcta, incluso una mujer con elevado potencial personal, pero fue algo improvisado y precipitado. Ella es una persona sin maldad en el uso de la retórica y sin entrenamiento para enfrentar los medios, cosa crucial en la política.
Jorge Ramos, periodista de la Cadena Univisión, le pregunta a Sara Palin, que si ella sabe, cuántos indocumentados (ilegales) hay en Alaska, cómo Jorge Ramos no le pregunta a Obama, cuántos inmigrantes ilegales hay en los Estados Unidos. La inexperiencia de Sara Palin no radica en cómo manejar el poder, sino como se impone el poder.
Una vez más se pone de manifiesto que no hay una política de formación de líderes en la derecha, si así pudiéramos denominarla, frente a una izquierda que si lleva una política consecuente en la búsqueda y preparación de sus cuadros. El caso de Barack Obama no es obra de la casualidad, sino de un trabajo de preparación y formación por años.
El panorama luce sombrío, vamos en camino de la indefensión adquirida. Los Demócratas se han esforzado en mostrar y los Republicanos tibiamente aceptar al presidente George W. Bush, “cual un monstruo de crímenes cargado” del hay que huir como mostraron muchos de los miembros del Partido Republicano, cuando la última visita del mandatario a Miami, donde lo dejaron prácticamente solo. Nadie reconoce que su estrategia de perseguir a los terroristas en su propia madriguera ha evitado un nuevo ataque a los Estados Unidos en territorio americano.
Si a todo esto le sumamos, que Estados Unidos como país, no se esfuerza por fertilizar el patriotismo, donde el objetivismo de la prensa, la convierte en aliada del enemigo. Un país donde los frutos de la guerra necesaria, son las víctimas inocentes y los cadáveres de soldados como trofeos, además del negativismo y la implicación de los costos económicos, dónde vamos a parar con esa imagen. Y no sólo de la prensa televisiva y escrita, ahora reforzada en estos tiempos por la Internet, sino magnificados por la industria cinematográfica de los Estados Unidos, representada por Hollywood, donde sus dirigentes no entienden, que dentro del contexto, son parte de la gran familia americana. Ellos también debieran asumir con responsabilidad los destinos del pueblo americano y brindar una imagen más equilibrada y afectuosa de la nación que tanto les ha dado, eso pudiera servir para aumentar su popularidad en el mundo y no para socavarla, como generalmente sucede.
Los aderezos del patriotismo son bien conocidos y sus mecanismos están más que probados, de ahí su importancia en la preparación de la psicología de las masas. Sin embargo, en los Estados Unidos su uso parece como un pecado. No se premia públicamente un héroe de guerra, no se realizan desfiles militares, no se exacerba el valor y la supremacía de la nación en los eventos deportivos mundiales. No se divulga la bondad de la riqueza americana, a favor de las causas nobles del mundo. Con amigos así, no hacen falta enemigos.
El republicanismo norteamericano carece de una política y una disciplina partidista, eso implicó su incapacidad de enfocar la campaña electoral al candidato con mejor posibilidades de ganar en los comicios presidenciales de noviembre. Tampoco cuentan con asesores audaces y capaces, el tema cubano, algo sensible que le podía aportar una buena cantidad de votos, se le escapó de las manos.
En realidad no saben defenderse, la guerra de Iraq, a consecuencia de la mayor tragedia de la nación norteamericana, los ataques terroristas del 11 de septiembre, la lograron revertir responsabilizando solamente a al Qaida y convertirla una mala decisión política, haciendo desaparecer todas las circunstancias de ese momento histórico. Saddam Hussein desconociendo el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, expulsando sus inspectores; brindando apoyo material y económico a los familiares de los terroristas suicidas y más que eso y quien duda que hubiera representado un santuario para los talibanes y los miembros de al Qaida, en su retirada de Afganistán.
Todo estaba preparado para utilizar el supuesto descalabro de la guerra en la campaña electoral y no fue decisiva porque los resultados de los últimos tiempos y la responsabilidad de tener que tomar una decisión muy riesgosa si los demócratas llegan a la presidencia, prefirieron basar su campaña en la crisis financiera, que es más atractiva y donde parece que de forma especulativa se mueven macabros intereses, porque el derrumbe del mercado hipotecario no parece ser suficiente, para implicar a los Estados Unidos en una crisis financiera mundial.
Algunos han comparado la crisis financiera con un tsunami, pero un tsunami si llegará a los Estados Unidos si un presidente de la izquierda radical, envestido de demócrata asume la presidencia y con el Congreso y el Senado mayoritariamente demócrata, casi se podría considerar con un poder absoluto, pero si a eso le sumamos la posibilidad de nombrar al menos dos jueces de la Corte Suprema de Justicia, ya prácticamente finalizaría la independencia de poderes.
El peligro no está en que un partido controle todos los poderes, siempre y cuando se respeten sus principios de independencia y no se utilice ese control para cambiar la base jurídica de la nación. Una vez los republicanos tuvieron esta prerrogativa, pero su intención siempre ha sido el conservadurismo como filosofía, mientras los liberales demócratas quieren todo lo contrario y es lo que puede estar en juego.
La gran Nación norteamericana sólo se salvará, si se hace todo lo contrario de lo que propician y estimulan los que odian y destruyen.
jueves, 29 de enero de 2009
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